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viernes, 29 de abril de 2016

Imágenes de la conciencia en la poesía de A. Machado. Por Fulgencio Martínez Ágora-Papeles de Arte Gramático Primavera 2016



           Imágenes de la conciencia
         
           en la poesía de Antonio Machado




Machado nos da dos imágenes alusivas a la conciencia: la conciencia es una pompa de jabón y es una mosca o mancha negra. Ambas imágenes relacionan la conciencia con el sueño y el despertar: más exactamente, con el límite de ambos mundos.

A)    La conciencia como pompa de jabón al viento:

En el poema LXII de Soledades

                                   (…) Desperté. ¿Quién enturbia

                                               los mágicos cristales de mi sueño?

                                               Mi corazón latía

                                               atónito y  disperso.

                                                      …¡El limonar florido,

                                               el cipresal del huerto,

                                               el prado verde, el sol, el agua, el iris…!

                                                    Y todo en la memoria se perdía

                                               como una pompa de jabón al viento.



 En este poema se retrata una pesadilla de despertar. Se expresa el temor a que tras el sueño de la conciencia no haya nada. Despertar es aquí un término ambiguo: “y todo en la memoria se perdía / como una pompa de jabón al viento”.  La conciencia se capta en la compañía y dimensión evanescentes del tiempo Uno, aquí aludido como “memoria”. Pero la voz que habla en el poema se yergue desde el juicio final (ante la muerte). De modo que el poema finalmente expresa, aun de forma temblorosa, una conciencia originaria más profunda –erguida desde esa voz como de queja o protesta.

La conciencia más compleja es capaz de desdoblarse y verse en el límite del sueño (memoria) y el despertar (vacío, intuición de la raíz de la conciencia: “pompa de jabón al viento”, nada). El poema retrata, usando el pretérito, ese fugaz paso de la conciencia del sueño al despertar, pero la conciencia en el poema, la  voz que da testimonio, continúa afirmando la conciencia vigilante desde el tiempo Cero del juicio.

Si el estado psíquico en este poema es el temor, porque se llega a captar mediante la imagen, la raíz de la conciencia-memoria; en otros pasajes, como en el poema XXI, hay un velo de consuelo y esperanza. Comparemos ambos poemas, el segundo de la sección “Galerías” (LXII) donde aparece la imagen de la conciencia como “pompa de jabón al viento” y este otro, el XXI, segundo poema de la segunda sección, titulada “Del camino”. Ambos poemas se sitúan en semejante orden respecto al desarrollo de sus respectivas secciones. El poema XXI, me parece, es el primer poema del primer libro de Machado en que se afronta de manera directa y personal el tema de la muerte y la nada. Este poema, por tanto, tiene el valor de ser el primer asomo de un juicio íntimo:

                                                     Daba el reloj las doce… y eran doce

                                                               golpes de azada en tierra…

                                                                     ….¡Mi hora! –grité… El silencio

                                                               me respondió: No temas;

                                                               tú no verás caer la última gota

                                                               que en la clepsidra tiembla.

                                                                    Dormirás muchas horas todavía

                                                               sobre la orilla vieja,

                                                               y encontrarás una mañana pura

                                                               amarrada tu barca a otra ribera.



Se insinúa aquí otra imagen de la conciencia: “gota” (que evoca otro poema anterior: el XIII: “¿Qué es esta gota en el viento / que grita al mar: soy el mar?”). Aquí, es la conciencia del fluir menguante del tiempo concedido a la vida; el retrato se vierte en diálogo, con el silencio, por una parte; y por otra con el sonido de las alarmas: del reloj, la azada, imágenes barrocas de progresivo temor que anuncian la hora de la muerte, imágenes finalmente internalizadas en la conciencia: “mi hora”; recordemos que esas imágenes acústicas son “golpes” en la conciencia que proceden del tiempo externo, físico, que hemos antes estudiado como fuente de subjetivación psíquica y, en poesía, como símbolos de la conciencia-duración.

El “silencio” (al que también antes nos hemos referido como interlocutor y fuente de escucha de conciencia exógena capaz de crear el movimiento de otra conciencia más profunda que se distingue de la duración psíquica), devuelve el sosiego y la razón a la conciencia alarmada. Curiosamente, el silencio utiliza el argumento epicúreo para apaciguar el temor a la muerte: “No temas; / tú no verás caer la última gota / que en la clepsidra tiembla”. No se mantiene la conciencia despierta ante la muerte; la muerte no es mientras se vive, y cuando la muerte es, ya no somos.

Este “silencio” (físico y procedente de la conciencia-duración”) no es aún el “gran silencio” trascendente, metafísico, del verso “a orillas del gran silencio” (poema LX), expectante y receptor de escucha exógena desde la conciencia más profunda que se asume plenamente como conciencia despierta y vigilante.

El “silencio” de este poema XXI borra los ecos del temor; pero es también otro eco: por repercutir en la conciencia en sí, desde su paso por la conciencia durativa que asume los ecos de las alarmas externas, es un silencio psicológico que se resuelve en el eco de una apaciguadora esperanza: “Dormirás muchas horas todavía / sobre la orilla vieja, / y encontrarás una mañana pura / amarrada tu barca a otra ribera”.

Si comparamos con el poema XIII donde la conciencia se capta como “gota en el viento / que grita al mar: soy el mar”, vemos un radio de conciencia más corto en este poema XXI, que mantiene, al final, el mito de una esperanza sin fundamento en la conciencia última. Sin embargo, el poema en su totalidad (con ese juego de la voz última que acoge el silencio y el sonido alarmante del reloj) se puede leer como la aproximación a una conciencia que se capta en su juicio definitivo, y es este poema -como hemos visto- el primer signo de una confrontación íntima con la muerte y la nada. En este sentido, ya no actúa de intermediario la reflexión, como lo hace en el poema XIII.


En este poema XIII la “gota en el viento” de la conciencia anuncia una rebeldía desde la reflexión. Pero pronto será acallada esta rebeldía de una conciencia tan radical como en la imagen de la “pompa de jabón al viento” del poema LXII, del que arrancamos para situar el límite en el autoconocimiento de la mónada-conciencia personal. Allí, en el poema reflexivo, el “agua” con su rumor constante, la “noria” y en general el paisaje indiferente, la tarde  –“hermosa tarde, nota de la lira inmensa / toda desdén y armonía”- apaciguan y deshacen la “melancolía / de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa” (poema XIII) –, en fin, el sonido armónico de la Naturaleza es el equivalente del “silencio” apaciguador del poema XXI. Observamos cómo se truecan las funciones de los símbolos alusivos al silencio y al sonido, mientras en estos dos poemas, como en muchos, se mantiene un “bajo continuo” simbólico, que es la imagen del “camino”, otro símbolo de la conciencia; “camino” que abarca desde la presencia de un camino físico (poema XIII) hasta su re-simbolización como “clepsidra”, lote de agua en un reloj que cuenta el tiempo de la vida (poema XXI), ese mismo tiempo de la vida, y, en más radical alegorización, el límite-quicio entre el despertar y el sueño; tal en el poema LXII.


 Volviendo, pues, al principio de la imagen de la conciencia que analizamos en este poema, es en el camino y tránsito –que hacemos natural y diariamente, por cierto–entre el sueño y la vigilia, entre el dormir-soñar y el despertar, donde se capta la conciencia como “pompa de jabón al viento”.


Ese camino natural supone, en términos éticos, una vivencia del límite entre el vivir-soñar y el despertar; o sea, entre la vida atenta a sí misma, desde la conciencia durativa, y el anuncio de una interpelación que procede de un estado más profundo de despertar, de una apertura, quizá también de un seguir soñando un sueño más verdadero.

Soñar y despertar, entendidos ya como símbolos morales, contienen las preguntas éticas (por la conciencia, el otro y la verdad) que estructuran la substancia de la poesía machadiana.



B)    La conciencia como mancha o mosca negra

Esta otra imagen de la conciencia abarca y explica la genealogía de la primera. En cierto modo, es aún más radical.

“A todo despertar -decía mi maestro- se adelanta una mosquita negra cuyo zumbido no todos son capaces de oír distintamente, pero que todos de algún modo perciben. De esa pinta diminuta y sombría surge el globo total, la irisada pompa de jabón de nuestra conciencia” [3]

Oreste Macrí recoge también esta cita, en las notas que acompañan al volumen I de su edición de las “Obras completas” de Machado. En la páginas 868 y 869 de la edición que referenciamos en nuestra bibliografía, entiende las imágenes de la conciencia que venimos estudiando como ejemplificación de la angustia existencial de Machado:

“La imagen de la “pompa de jabón”, así como la de la “tarde cenicienta” de la LXXVII, fueron empleadas para ejemplificar la angustia existencial heideggeriana en el fragmento cit. en nota a la misma LXXVII”.

A continuación Macrí reproduce la cita de Juan de Mairena.

No entramos, por ahora, a comentar el poema LXXVII, “Es una tarde cenicienta y mustia”, donde, en efecto, Machado, retrospectivamente, en Juan de Mairena, ve un apunte o aproximación a la angustia heideggeriana, aunque, con acierto, la define como inquietud existencial (Sorge), semejante a la inquietud de la conciencia kierkegaardiana. Esto confirma la idea de referirnos a las imágenes de Soledades…, tanto del poema LXXVII, como las que venimos estudiando –“pompa de jabón al viento”, “mosca negra”– como imágenes de la conciencia en juicio.



Centrémonos, ahora, en la imagen de la conciencia como mosca negra, mancha o pinta sombría; vemos en la cita traída de Juan de Mairena una elaboración posterior, donde destacan, por un lado, el distanciamiento y la universalidad de la imagen: “todos de algún modo perciben”; por otro, la imagen se encabalga y resuelve en la otra imagen ya conocida por los poemas de Machado: “la pompa de jabón”, ahora adjetivada (“irisada”) con ese adjetivo definidor, homérico, como diría Machado. “Iris” que significa su inestabilidad, su aparencialidad y mezcla de estados contrarios (como tristeza y alegría, sol y lluvia) pero que alude también al sentido visual. Retengamos que el propio Mairena-Machado la llama “irisada pompa de jabón de la conciencia”. Es, por tanto, una figura-imagen de la conciencia humana.

A diferencia de la imagen de la mosca, la irisada pompa contiene más una referencia visual que auditiva. Incluso se hincha de color y plenitud visual para destacar más su paso a la evanescencia. Es el goce y el tormento del ojo, por excelencia. El ojo que pretende seguir viéndose, sin despertar a una visión de la conciencia más amplia, la que incluye el paso a lo heterogéneo y la visión de su nada.

En cambio, la figura-imagen de la mosca, mancha negra o pinta sombría, procede de casi un campo visual cero. Es, esencialmente, una imagen auditiva: un zumbido. Como un continuum apenas distinguible entre otros sonidos, y visualmente casi opaco, nimio. Solo que ese bajo zumbido acompaña y explica el crecimiento y el vuelo irisado de la “pompa de jabón”, prefigura el sonido explosivo de la aniquilación de la pompa, y será en esa explosión cuando figuradamente se produzca la sincronía de ambas imágenes desdobladas de la conciencia única, y se plantee el salto a la conciencia existencial kierkegaardiana: al conflicto ético del individuo frente a lo absoluto o la nada.


Pero, esta imagen de la conciencia se representa ya en un poema de Soledades – “Las Moscas”, el poema XLVIII, perteneciente a la sección “Humorismos, fantasías, apuntes”.

Volveremos sobre este poema en un desarrollo siguiente. Aquí solo queremos dejar constancia de la imagen de la conciencia planteada en él, y de su vinculación, bajo el aparente humor, con los temas metafísicos –que obseden a los apócrifos de Machado, Abel Martín y Juan de Mairena–, ya que hemos comenzado por la cita del libro atribuido a este apócrifo. “Las moscas” son imagen, en efecto, de la conciencia en juicio frente a la muerte y la pizarra negra de la nada: esa pizarra negra, sola “creación” divina, y en la que, según dirán los apócrifos, se escribe la existencia de todas las conciencias separadas. Se refuerza, en fin, la conexión originaria de la conciencia con la nada; más allá de ser “imago mortis”, las moscas traen la nada a presencia consciente, y remiten a la presentación a juicio.

Esto, en suma, conlleva un Despertar, un aumento e insistencia en la conciencia vigilante. Nos recuerda que el figurado súbito despertar del conocimiento tiene su preparación, acompañamiento y base en la conciencia temporal del tiempo Uno, en cuya meditación se prepara la conciencia despertada por el rayo del juicio final.

“Las Moscas” se entiende, así, como imagen ascética, de “meditatio mortis”, para aquellos –“no todos”, como dice Juan de Mairena, “capaces de oír (la) indistintamente”; pero, en otro sentido, donde, ahora sí, “todos de algún modo perciben”, se transforma en imagen existencial de la conciencia, de la “hora de todos”, que diría Quevedo. El tono humorístico, que emplea Machado en este poema, alude a la distracción, a la diversión pascaliana, que impide oír la llamada a la meditación. Machado no juzga esa diversión en que vive la mayoría, y en que vivimos todos, la mayor parte del tiempo. Le da un tratamiento, en su poema, casi a lo Villon, burlesco y serio. Pero su insistencia en la imagen sombría y funesta patentiza el revoloteo omnipresente de la nada. En tono menor deja escuchar un bordón grave.


                                                                                Fulgencio Martínez

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