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viernes, 13 de febrero de 2015

Infancia y partidos. Diario político y literario de FM T3/34

Publicado en LA CRÓNICA DEL PAJARITO

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http://www.lacronicadelpajarito.es/blog/fulgenciom/2015/02/infancia-y-partidos

INFANCIA Y PARTIDOS 


Kant en sus Lecciones de pedagogía exhortaba a los educadores para que inculcaran cuanto antes a los niños el respeto a sí mismos y a los derechos de los demás. Las reglas de un buen diálogo entre adultos no pueden prosperar donde se impone el deseo infantil, y este deseo no se dispara tanto por nada como por el poder. Los que aspiran al poder se convierten en niños malcriados, ansiosos de comer la mayor tajada de pastel en cuanto se acerca el convite electoral. Desoyen cualquier consejo dietético o moral, y la toman incluso contra quien habla de Hipócrates o de Hiparco. Platón, en República, comparó ese deseo de poder infantil con el tirano. No quiero ser injusto con los niños; a veces hace gracia un gesto suyo, pero tienden a repetirlo, y ya solo hacen gracia a sus papis. El gesto travieso se convierte en pesado, y al final resulta repelente. Tic tac, tic tac. Los niños juegan con tanta seriedad y formalismo que incluso aprender a sonreír cínicamente para ocultar su inseguridad; imitan a los “famosos” que entran sonrientes en los juzgados como si no fuera con ellos. Donde cualquiera va preocupado y serio, ellos impostan la seriedad de la sonrisa falsa, el discurso prestado por el argumentario.Lo típico del juego entre niños es que todos supuestamente acatan unas reglas formales aunque cada cual sigue su propia inventiva. De modo que juegan todos sin reglas. Mienten pero no se engañan, como diría Machado. Las reglas pragmáticas de la democracia se las toman con una seriedad mimética: 1, es sano que cada aspirante destripe al contrario, a ser posible con la verdad. 2, ha de darse el libre juego de la prensa para que las decisiones de los ciudadanos sean informadas y libres. 3, es democrático influir en la imagen del contrario político para que brille la verdad dialéctica: las falacias “ad hominem” que en el discurso serio se prohíben (pues la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero), en política no solo son correctas sino necesarias para conocer las rectas intenciones personales de los candidatos. Cada partido, luego, interpreta estas reglas a su conveniencia y uso partidista: nadie echa tierra sobre su propio tejado. En cualquier país con tradición democrática es así, y como diría Heráclito, de la lucha de los contrarios puede salir un cierto modo de justicia en la polis. La política no es una balsa de aceite sino una pelea de niños interesados en comerse en exclusiva un pastel. Yo dudo de que esto sea lo óptimo pero es lo que hay; es cierto que en Atenas no había partidos políticos y que no es verdad que la democracia los necesite en esencia. Pero esa es otra cuestión. A ningún partido le interesa en serio la isagoría; y ahora hablo de la seriedad de la verdad.   Resultado de imagen de habermas afectadosEn los años 80 hubo una versión de esa isagoría en lo que se llamó “la democracia de los afectados”, que propuso el filósofo Habermas, a quien oí en la Universidad Autónoma de Madrid cuando vino invitado por mi profesor Juan Manuel Navarro Cordón. Algo de esa idea parecía recientemente haber calado en España, como consecuencia de la crisis: los afectados por los desahucios, por el paro, por la pérdida de derechos laborales, por la falta de perspectivas de la juventud, tenían la legitimidad ética para hacer oír sus propuestas políticas y para que las leyes se adecúen a la ciudadanía. Ante la cerrazón de los tradicionales partidos, algunos de esos movimientos ciudadanos se convirtieron en plataformas y finalmente en partidos políticos. Y de nuevo se ató la mosca por el rabo: algunos de estos olvidaron pronto su seriedad vital, social, y se atuvieron a la seriedad infantil y formal, pero, aun como recién llegados y más niños, dejan mal las tres reglas anteriormente citadas. Su neoinfantilismo las contradice de manera demasiado ingenua y manifiesta; de modo que el “a mí no se me toque”, el “a mí no se me investigue”, y “el de mí no escriban sino bien” lo ostentan con tanta simpleza como ignorancia del derecho de la ciudadanía adulta a valorar opiniones y a tomar decisiones inteligentes. Me temo que un nuevo lerrouxismo haya encontrado una máscara de poder nueva, un nicho de negocio que, en la confusión, haga pasar paulatinamente la cuarta regla (de libre opción e inventiva) por sustituto de las otras tres formales de higiene democrática. Ya estamos asistiendo al hecho de que no solo se desacredita la información plural sobre la que se forma la opinión ciudadana, sino que se ataca el mismo derecho del ciudadano a opinar en base a la información. Ahí comienza otro juego, ¡atentos!                Fulgencio Martínez Profesor de Filosofía y escritor

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