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sábado, 17 de enero de 2015

La censura que vino del Vaticano. Diario político y literario de FM /T3/28




 
LA CENSURA QUE VINO DEL VATICANO
Los valores del laicismo han ido poco a poco permeando a las sociedades, evidentemente con fallos. Época de ilustración, no época ilustrada, llamó Kant al tiempo histórico que sucedía tras “el acontecimiento” de la Revolución francesa. El ser humano salía, por fin, de la minoría de edad (piensa Kant, en su obrita ¿Qué es la Ilustración?). Apenas estaba empezando el hombre a liberarse de los obstáculos del argumento de autoridad, de la superstición, el fanatismo religioso y el autoritarismo político, censuras que le impedían caminar por su propio pie; más aún: que le disuadían de hacerlo. La comodidad de que otro u otros piensen y decidan por uno (en nombre de un Dios o de un Soberano) solo podía ser contrarrestada con el atrevimiento. “Atrevéte a pensar” (Sapere aude). Kant consideró necesario lanzar esa provocación para mover algo al esclavo cómodo. Los valores del pasado oscurantista frente a los claros valores modernos: aquellos contaban con la baza de los viejos hábitos humanos; tenían aún el atractivo de la pereza intelectual. Por eso, el filósofo acentuó el acicate de la audacia, de la provocación, el móvil de la rebeldía (un atractivo también muy humano) para presentar los valores de la libertad, la igualdad, la fraternidad, en fin, de todas esas palabras en las que supuestamente se basan nuestras sociedades. 

Kant escribió La religión dentro de los límites de la simple razón, que le costó la expulsión de su cátedra. El libro fue censurado por la censura prusiana de Guillermo II, más que por motivos políticos, por su contenido de crítica religiosa. En realidad, estaba Kant anticipándose a un debate cultural aún no resuelto. 

Si hacemos caso a las últimas declaraciones del Papa Francisco Kant nunca debió haber publicado tal obra. No se puede ofender a la religión, ha dicho el Papa, mirando por la suya propia y por la de la competencia. Le ha faltado poco para decir que de religión ni hablar, ni mencionar la palabra. Callen los profanos. Solo pueden opinar sobre fútbol los futboleros, nunca nadie puede hacer humor de las pelotas; si no te gusta el futbol pues no hables de fútbol y todos en paz. Pero, si no me gusta el futbol y, además, me parece una idiotez, tengo derecho a decirlo pacíficamente, incluso a dibujarlo pacíficamente sin esperar que un hooligan me vaya a arrear un sopapo. Creo que ningún aficionado sensato justificaría la violencia por haber hecho yo un ejercicio de mi libertad de expresión. La sociedad ha ido poco a poco aprendiendo la tolerancia, que fue una idea inventada por John Locke en el siglo XVII, en la Inglaterra de las luchas entre católicos y anglicanos protestantes. La idea de que cada cual en su fuero interno pueda creer en Dios como quiera, o no creer, y la libertad para vivir los sentimientos religiosos, fue la matriz de la tolerancia. El filósofo Locke, inspirador de Voltaire, tuvo que enseñar la tolerancia a estructuras eclesiásticas, clericales, que venían de más atrás; hoy, en nuestros días, esas superestructuras se aprovechan de la idea de tolerancia, sin ser en nada tolerantes con los valores laicos. Cuando oímos a un obispo echar pestes contra las actitudes modernas, ¿habremos de sentirnos ofendidos y por ello comprender la quema de casullas? Cuando una feminista ve que en realidad el Papa acepta la discriminación de la mujer en la estructura de la Iglesia, al aceptar él mismo sentarse en la Sede de Pedro y de sus solos herederos varones, ¿debería pensar que la hipocresía no es un don del Espíritu Santo?

Fulgencio Martínez
Profesor de Filosofía y escritor

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