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sábado, 22 de febrero de 2014

Antonio Machado en la guerra, un ejemplo de fe en los valores humanos. 75 aniversario de la muerte de Antonio Machado



                                               ANTONIO MACHADO EN LA GUERRA,

                                  UN EJEMPLO DE FE EN LOS VALORES HUMANOS



El 22 de febrero de 1939 moría en Collioure (Francia) el poeta Antonio Machado. En una de sus últimas prosas, escritas en Valencia durante la guerra de España, Machado reflexiona sobre el papel de los poetas y los intelectuales. Escribe Machado un texto casi dramático, en circunstancias excepcionales -bajo un bombardeo del ejército franquista; el texto se recoge en la segunda parte de su libro Juan de Mairena, una de las cumbres de la prosa y de la filosofía española. Los poetas, dice, mantienen una "vela, en plena alarma" y apagón -con esa imagen se describe también a sí mismo Machado, en 1938, en plena guerra, cuando envía un comunicado a París, para el "Congreso por la paz y contra los bombardeos de las ciudades abiertas" que allí a la sazón se celebraba y al que Machado no pudo asistir por imperativo de la guerra.

       "Occidente parece cada día más desorientado. Cada día, en verdad, sabemos menos por donde va a salir el sol". (p. 203, "Juan de Mairena", ed. Cátedra). "Escribo a la luz de una vela, en plena alarma, y son estas mismas aborrecibles bombas que están cayendo sobre nuestros techos, las que me inspiran estas reflexiones". (p. 208, op. cit).   En esos términos se expresa Machado y va desgranando las actitudes del poeta y la del filósofo abstracto ante la situación de guerra, a la vez que asienta su fe poética y humana en el amor y en los valores sociales.


            El filósofo está tentado a pensar que la guerra "perturba el ritmo de sus meditaciones", pero si ella le pilla "desprevenido de categorías para pensarla, esto quiere decir mucho en contra" de las meditaciones del filósofo y del deber de "revisarlas y de arrojar no pocas al cesto de los papeles inservibles" (p. 130. op. cit). La proximidad de la muerte -cuyo pensamiento trata de poner lejos de sí el filósofo- se hace patente en ese caso. Y con él, la angustia existencial y el descontento radical del ser humano. Pero es, para Machado, precisamente, ese descontento la "única base de nuestra ética", como seres finitos, relativos y necesitados de otro ser. "Si me pedís una piedra fundamental para nuestro edificio, ahí la tenéis". (p. 110, op. cit). Pero piedra, más bien, para el edificio de una creencia comunitaria, fraterna, antes o por encima de la metafísica y el concepto racional, un acuerdo en valores vivos que presida el diálogo posible de dos conciencias-mónadas autónomas y complementarias.

             Frase que sirve para desmontar el fracaso existencial del amor, Machado evoca la lapidaria sentencia de Negrín: "Las más de las veces al vencedor lo hace el vencido". (p. 199. op. cit). Esa frase la recuerda Machado a propósito de "superar" una voz de sutil encantamiento que hace disminuir, en el alma, las alas que se despiertan en ella hacia lo trascendente y empujan al yo solipsista más allá de los valores individuales, egoístas. Parece ser que sin motivo nada ni nadie se mueve, y que si antes una cultura no educa en nosotros esos valores, nuestras convicciones últimas no serán removidas.

       En Machado, su pensamiento al igual que su corazón le llevaban a la ética del respeto y el amor a la única humanidad verídica, que él no ve muy lejos del pueblo, y, por consiguiente, a superar cierto pesimismo nihilista, esa tristeza metafisica que le amenazó desde el principio y le acompañó, trágicamente, hasta el final. En la lucha contra el pesimismo se da una correspondencia entre Mairena y el propio Machado, no pretendida y por ello dramática para el lector que conoce la muerte del poeta unos meses después. Los últimos años de la vida de ese apócrifo machadiano, que muere en 1909, se ocuparon en una reflexión sobre la muerte, así como, en el final de Machado, éste escribió el texto en que el pensador reflexiona sobre la muerte a poco tiempo de la suya. La escisión en el alma no puede ser menos trágica, porque Machado es consciente de que "por miedo a la muerte huye el pensamiento de su punto de mira" (p. 86, op. cit) y se priva, por ende, de una revelación del ser, que solo se da en el existir humano. El otro no será ¿una última forma de eliminar la muerte, que podría desvelarse como un otro inmanente, instrumento, no fin, mío?

            "Toda creencia es creencia en lo absoluto. Todo lo demás se llama pensar" (p. 140. op. cit). Machado posee arraigada la convicción sobre la existencia de un tú esencial, libre, de un ojo que es, no porque yo lo mire, sino porque me ve; y al final vuelve hacia la confianza en esa consciencia divina, totalizadora, que representa el tú de cualquier hombre -de un ser humano que hoy nacerá y en donde se refundirá el todo de las conciencias anteriores, incluida la de Antonio Machado. Ese tú es tambien "Dios", pero, evidente es, no el Dios bíblico -que desde el pasado absorbe y regurgita presente y futuro; sino un Dios hacia el futuro; y no es tampoco el seno de los místicos, donde se aquieta y reposa la conciencia vigilante. Diríamos que es, en Machado, un dios de filantropía cuya existencia necesariamente se haría real por la realización futura de su esencia en el hombre. Una fe racional, tan compleja y madura, requiere más análisis, necesitaría pasar por su prueba ontológica y prepararse un nuevo tiempo de "fe idealista".

            Como elucubra Mairena:  "Algún día resurgirá -decía mi maestro- la fe idealista... la creencia... en el verdadero ser de lo pensado. Y el argumento ontológico que deduce la existencia de Dios de su esencia o definición... puede reaparecer. Para ello bastará con que se debilite la fe kantiana... en la no intuitividad del intelecto". (p. 79. op. cit). Se precisaría, pues, desconfiar de la construcción objetiva basada en los sentidos y en la lógica racional; se obligaría el escéptico a preguntarse si acaso es que no cree en su propia muerte por no poder racionalizarla, pensarla o tener una representación sensible de la misma. (p. 80. passim. op. cit).

            Lo que constituye una creencia es "la casi imposibilidad de creer otra cosa, su hondo arraigo en la conciencia" (p. 82. op. cit). Si es así, mientras la creencia está viva (independientemente de que sea la creencia verdadera o falsa), es capaz de sostener razones tanto verdaderas como falsas. Las creencias conforman valores y un fondo constante de elecciones y experiencias. Por cierto que la "ingente experiencia del Cristo todavía en curso" es "precisamente en Roma" donde no se la ve nunca. (p. 128, op. cit).

        Una nueva educación en la fe de los valores fraternos cambiaría el fondo metafísico humano y nuestras percepciones e ideas. Ello requiere un ascesis, casi el heroísmo del fuerte que sabe hacerse más fuerte cuanto más "esgrime el látigo contra sí mismo" (p. 132. op. cit), y más fuerte aún cuando siente como suyos los yerros ajenos.

          Machado culmina su reflexión metafísica en estas líneas muy profundas de consideración hacia el prójimo, hacia el otro:

         "Nuestros yerros esenciales son hondos, y es en nosotros mismos donde los descubrimos. Si acusamos de ellos a nuestro prójimo... estableceremos con él una falsísima relación, desorientadora y descaminante. (...)

            Cometemos dos faltas imperdonables: la antisocrática, no acompañando a  nuestro prójimo para ayudarle a bien parir sus propias nociones, la otra, mucho más grave, anticristiana", es decir, la profunda ironía de Cristo hacia los lapidadores: quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. (p. 131.op. cit).

          Porque, metafísicamente, el yo es alteridad, comunidad de yo humanos, como el ser es radicalmente incompleto en su unidad y soledad sin la alteridad del pensamiento que trae siempre a pensar lo otro.

                                                                     Fulgencio Martínez
                                                    Máster en Filosofía

revista ágora digital febrero 2014

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