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sábado, 26 de octubre de 2013

MIENTRAS LOS DIOSES NO CAMBIEN. Diario político y literario de F.M /t2/14




MIENTRAS LOS DIOSES NO CAMBIEN

A propósito de la sentencia del tribunal de Estrasburgo, que ha defenestrado la doctrina Parot, se han producido interesantes debates en los medios judiciales, periodísticos y políticos. Ha llegado incluso el debate a los ciudadanos de a pie. Como  persona reflexiva y un poco filósofo, que no como perito en la normativa legal, voy a decir una opinión sobre el fondo de este asunto. Sentencias como esta del tribunal de Estrasburgo, que, según entiendo, se fundamentan en la irretroactividad de las leyes, como un principio formal intrínseco del Derecho,  evidencian solo un determinado concepto, parcial, de ley y de la justicia. Es este concepto el de una justicia punitiva; la justicia cuyo objetivo es sancionar y punir al infractor. En coherencia con este concepto, y tratando de ser lo máximo de “legales”, se trata de poner filtros para que la ley no abuse de su poder de castigar. Sin embargo, hay otro aspecto de la justicia y la ley que no es tenido en cuenta: el concepto de la ley como reparadora y celosa en cumplir la acción resarcitoria, el que dice que la ley ha de mirar como fin último a las víctimas, y procurar al máximo repararles del mal que se les ha infligido y, ante todo, no sumar a este mal de las víctimas un nuevo mal procedente de la ley. Ha habido casos en la Historia en que ese otro concepto de justicia, más justo, creemos,  o al menos más equilibrado, se ha tenido en cuenta.

En este sentido, el formalismo jurídico, que impera desde el Derecho burgués hasta hoy, en el marco europeo, adolece de una ceguera constitutiva hacia las víctimas de los delitos. Si justicia, iustitia, en sentido clásico, es “dar a cada uno lo suyo”, es decir, mediar entre partes: llegar a una solución razonable y equitativa en un conflicto en el que intervienen dos partes, la víctima y el delincuente; pues bien, en nuestra moderna tradición la víctima es siempre el gran ausente. Se dice que la ley no puede tener efectos retroactivos, porque esto perjudicaría al que delinque, pero ¿y si beneficia a la víctima, porque el mal sigue (no lo olvidemos) vivo, aunque pase el tiempo, aunque haya muerto el victimado?  Sabían los legisladores que el mal contamina y hace nuevas víctimas, cobra nuevos rehenes en el linaje de los allegados; el mal que padece otro hombre produce, incluso, dolor y resentimiento insoportables en toda persona  de bien, hiere la entraña de la familia humana, salvo que uno haya perdido la empatía con lo humano y se haya convertido en sociópata.

Se cuida mucho la ley de no perjudicar retrospectivamente al infractor y victimario, menos de paliar y reparar a la víctima. La ley no puede escudarse en que no existía, en que no estaba en función cuando se produjo el dolor, y sobre todo, no puede olvidar que debe seguir paliando el dolor mientras este siga. Porque el dolor no se extingue mágicamente, ni  hoy es ya sostenible, como lo era en el Antiguo Régimen, legislar solo a partir del principio del delito, o sea, considerando solo el daño producido en la persona del Rey, como una ofensa a este símbolo del orden social. No, la ley debería considerar también, aparte del delito, a la persona concreta que sufre. El derecho democrático, en su misma esencia, no como un corolario de la ley, debería contemplar el dolor real, humanísimo, que se ceba en un cuerpo y en un alma contingentes, en un individuo concreto que sufre mientras no es reparado.  Filósofos como Rorty han iluminado esta perspectiva contingente de lo humano, cifrada en el cuerpo, en un era como la nuestra en que ya no rigen los valores absolutos; aunque al parecer siguen (por nuestra pereza mental, quizá) manejándonos los mismos dioses desde sus tronos vacíos.

Ha habido en la Historia contemporánea, en efecto, casos en que por una vez se vio una justicia distinta, democrática, no basada en la alienación del dolor de las víctimas ni en el trasvase simbólico del cuerpo social a la persona del Monarca. Recuérdese los juicios de Núremberg. Hubo primero víctimas y dolor, y después la ley que trataba de paliar ese dolor y de paso castigar a los culpables. Ese equilibrio de la ley, entre punir y paliar o resarcir a las víctimas, tuvo entonces un refrendo democrático después de la II Guerra Mundial, en el caso de las víctimas judías de los nazis; por cierto, que la democracia española no supo –o no quiso- tenerlo con las víctimas del franquismo.


Finalmente, desde un punto de vista cívico, político y filosófico, sentencias como esta de Estrasburgo, perfectas en su rigor formal, hacen que nos planteemos si el respeto a la ley ha de ir más allá de su acatamiento. Una ley, por serla, exige su acatamiento pero no, automáticamente, su Respeto: este es un concepto ilustrado, de valor superior a lo formal y normativo. Se respeta la ley porque es buena, o al menos, razonablemente, buena, dentro de lo imperfecto de todo lo humano. De este modo, Estrasburgo ha perdido una oportunidad de plantearse si es preferible escoger un principio formal de la ley sobre un principio más general, que afecta a la esencia de la convivencia cívica: el de que los ciudadanos respeten las leyes porque se sientan solidarios con ellas, porque las crean buenas, y que no solo las acaten, por temor, conveniencia o ignorancia.

                                     Fulgencio Martínez

3 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo, Fulgencio. El tipo de justicia que se aplica es demasiado pobre para atender a todas las complejas dimensiones del dolor. Y lo que se fallado en Estrasburgo, aunque haya sido en aras de la democracia, parece confirmar la soledad y el desamparo irremediable de la víctima.



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    1. Gracias por tu comentario, José María. Albergo dudas sobre si la sentencia de Estraburgo es democrática, partiendo de que esos tribunales no lo son, pues no son elegidos. Se reservan una concepción simbólica, formalista de la "democracia". Si miran a Atenas, o al mundo actual, se deberían dar cuenta de que la democracia es otra cosa. Pero, en el fondo, si quieres mi opinión, hay aquí pacto encerrado, que algún día sabremos por qué y a quién interesó. ¿Que dice el Psoe-PP? Solo hacen gestos mudos, o ni eso. Siguen un guión preestablecido, al margen de la ciudadanía y de las víctimas, por supuesto. Han tenido tiempo de cambiar las cosas, el código civil y penal, pero son vagos y responden a otros intereses. Solo cambian rápido lo que les afectan a sus intereses económicos, eso sí: cambian la Constitución en un día, sin consultar al pueblo, hacen y deshacen lo que haga falta por contentar al Moloch económico-financiero, porque ellos forman parte de esa red mafiosa que dirige hoy el mundo. Se han olvidado del mínimo sentido común, y por supuesto del Estado. Dicen, he oído a algún sonso, que la sentencia defiende el estado de bienestar: bueno, el bienestar sí, el de ellos, menos el estado, y menos el bienestar y la seguridad de los ciudadanos, víctimas o posibles víctimas de violadores, mafiosos, terroristas, reincidentes y múltiples. Viva la canalla!, conclusión.

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  2. Desde luego. Muy bien especificado. Uno tiende a creerse, no los discursos, sino aquello de :"como lo ha emitido un juez, será justo entonces". Aquí parece que huele a que se han quitado de un plumazo algo demasiado grave y problemático. Lo desconcertante es que "la Ley" haga juegos de manos como estos para solucionar legal - pero injustamente - cosas tan graves como crímenes de terrorismo y similares.

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