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jueves, 25 de abril de 2013

Actualidad de Miguel Espinosa. Articulo de José Luis Martínez Valero sobre "Historia del eremita"

Miguel Espinosa


        ACTUALIDAD DE MIGUEL ESPINOSA

          HISTORIA DEL EREMITA







El pasado 12 de abril se presentó, en el Museo Ramón Gaya, de Murcia, el libro de José Luis Bellón Miguel Espinosa, el autor emboscado. La presentación la hizo el periodista Ángel Montiel, editor de las primeras publicaciones de Miguel Espinosa en los años 8o, en la Editora Regional de Murcia, que recuperaron al novelista en la España democrática.



Como un castor nadando contracorriente, la obra del novelista murciano Miguel Espinosa vuelve, de vez en cuando, a estar de actualidad.

No hace mucho, a finales de 2012, la editorial Alfaqueque publicó un nuevo texto de Miguel Espinosa: Historia del eremita, en edición a cargo de Fernando Fernández, como primera entrega de un proyecto de publicación de los textos inéditos del escritor, un proyecto que recibe el hermoso título, espinosiano, de "Biblioteca irremediable". 

La presentación de dicho libro de Espinosa corrió a cargo de José Luis Martínez Valero. Hemos pedido que nos permita publicar el texto de esa presentación al colaborador y asesor de Ágora, el profesor y poeta José Luis Martínez Valero.

Próximamente, esperamos contar con las palabras de Ángel Montiel en la presentación del libro de José Luis Bellón sobre el autor de Escuela de Mandarines. 

Miguel Espinosa (Caravaca, 1926- Murcia, 1982), fue licenciado en Derecho y dedicó su vida a la filosofía y a la escritura. Escritor de culto, considerado uno de los novelistas españoles del siglo XX más avanzados. Cruza en su escritura la novela, el ensayo filosófico y el diálogo (entre platónico y lucianesco), la ironía socrática y la sátira social y burlona de la "fea burguesía". Entre sus obras publicadas, más conocidas hasta ahora: Reflexiones sobre Norteamérica, Escuela de mandarines, Tríbada. Theologiae Tractatus, Asklepios, el último griego, La fea burguesía. Y esta "Historia del eremita", publicada por Alfaqueque, de la que nos habla Valero, y que es una buena ocasión para conocer la historia reciente de una ciudad como Murcia, en el Levante español, una ciudad tan aparvada y tan liviana como muchas otras ciudades de provincia en la España de posguerra y de mediados del siglo XX, con su "fea burguesía", con su conserva de opiniones rancias y prejuicios de clase media, y también con sus talentos, desaprovechados, riquísimos.

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            HISTORIA DEL EREMITA

Presentación del libro de Miguel Espinosa (publicado por Alfaqueque ediciones, Colección Biblioteca irremediable) el 13 de diciembre de 2012.


                                                      por JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO

                                   

                             

Hace treinta años que Miguel no está con nosotros, y aquí estamos ante algo que escribió hace más de cincuenta. Nos acercamos y decimos: seguirá aún ahí, ¿qué guarda para el lector este libro?, un libro que Miguel mantuvo bajo el agua, como esos icebergs que muestran sólo una octava parte de su volumen, pero que son imprescindibles para hacerlos visibles. Claro que, por otra parte, podríamos decir que lo que Miguel dijo, está aquí, permanece, en su obra, sin embargo, os aseguro que si estuviese, esta presentación sería otra. 

¿Cómo era la Murcia de aquellos años? ¿Cómo era Miguel? Aunque formule estas preguntas, no me atreveré a responder, sólo describiré algunas cosas que podrían aproximarnos a aquel tiempo. Cada una de ellas comporta su propio entramado social.

Entre Enero del 54 y diciembre del 56 compuso Miguel Espinosa este libro, Historia del Eremita, primera versión de Escuela de Mandarines. Tenía Miguel de veintiocho a treinta años, ocurrió en una Murcia pequeña con una pequeña universidad, dos institutos, masculino y femenino, un seminario, algunos colegios privados para chicos, siendo Maristas el más solicitado y otros para chicas, uno con dos entradas según condición social de las alumnas.

En el 46 se había cerrado la cárcel de las Agustinas, o campo de concentración número dos. En el 53 se firmó el pacto defensivo con los Estados Unidos, y nos convertimos de la noche a la mañana en sus aliados, también ese mismo año nace su hija Maravillas, un año antes había nacido Juan. En el 56, tras diversos altercados se produce la primera manifestación de estudiantes, opuesta a la ideología falangista y al SEU, hubo un muerto, dimite el rector Laín Entralgo, y será destituido de su ministerio Joaquín Ruiz-Jiménez. Ese mismo año, en el Boletín del Seminario de Derecho Político de la Universidad de Salamanca, que dirige el profesor Tierno Galván, publica Miguel Espinosa, De la Filosofía Política de los Mandarines. En el 57, aparece en la Revista de Occidente, Reflexiones sobre Norteamérica.

Entre tanto. en Murcia, aunque hubo escándalo y protesta en la prensa, en febrero del 53 se tiraron los baños árabes, por antihigiénicos y ruinosos, número 15 de la calle Madre de Dios, muy cerca de donde estamos, con el objetivo municipal de convertir Murcia en una ciudad sin personalidad y con Gran Vía. Todo estaba perfectamente compartimentado y la huerta y la ciudad, aparentemente fundidas en un mismo paisaje, mantenían ciertas distancias. Murcia era un poblachón, con casas de tres plantas y a menudo jardines interiores con palmeras, terrados de tierra láguena y abundantes palomares, dos puentes, calles estrechas, acequias descubiertas y pequeñas plazas. Sólo la torre de la catedral y la casa de los nueve pisos sobresalían. Las entradas a la ciudad por carretera permanecían a la sombra de aquellos plátanos de los que aún quedan algunos por San Antón, junto a la antigua fábrica de la seda.

Era una ciudad tranquila, surcada por bicicletas, páramo intelectual que, en el mejor de los casos, aún vivía de los restos del veintisiete, unos como fantasmas vueltos a su interior y otros en un exilio lejano, conectados a veces por un escaso puente epistolar de la mano de Carlos Ruiz Funes. En el café Santos coincidían en tertulia algunos jóvenes, entre ellos Miguel, siempre con su hablar lento, quien tras colocar sobre la mesa un tema, lo exponía desde distintas perspectivas, apoyado a veces con citas que atribuía a conocidos, volviendo una y otra vez sobre el mismo asunto, hasta que convertía aquel relato, que para muchos habría sido mera anécdota, en expresión del mundo.

Han pasado más de cincuenta años, y la actualidad de este libro se mantiene constante. ¿Por qué? Porque no refiere la historia o la costumbre, como correspondería al realismo y compromiso social de la época, sino que trata sobre el ser humano en sociedad y de sus constantes, que se repiten bajo el poder que corresponde a unos pocos, sobre los otros que son muchos, ya sean ortodoxos o heterodoxos, régimen sostenido por leyes, instituciones, colaboracionistas, censura, disciplina, cárcel y doctrina religiosa.

La sociedad del nacionalcatolicismo exigía la fe, no aceptaba actitud crítica alguna, de ahí que emitir una opinión podía convertirse en delito o desafección a los gobernantes. El dictador, instalado como segunda naturaleza, pretendía mantenerse por los siglos de los siglos, claro que el tiempo y la historia convertirán aquel sueño en un montón de arena, que aún a veces se mete en los ojos y entorpece la mirada.

Aunque puede que digáis, por qué lo hace con una lengua que parece alejada de aquellos años. Sus personajes tienen una manera de hablar propia de otro tiempo. Y el caso es que si esa lengua la quisiésemos situar en un tiempo, sería imposible. Miguel reúne en esa manera la palabra y sus ecos, lo que dice y lo que piensa de lo que dice, y lo hace en esa forma intemporal que se corresponde con la sociedad que presenta, sin que eso sea obstáculo para que encontremos múltiples parecidos.

El libro tiene como protagonista a un hombre, separado voluntariamente de la sociedad, alter ego de aquel Miguel, que gustaba situarse como clandestino. Sereno por edad, cuestiona lo que ve, como aquellos corresponsales del XVIII. De espíritu profético predica lo que ha descubierto, pero lo hace sin licencia, motivo fundamental de su exclusión y encarcelamiento. Su palabra actúa como llave que nos permite abrir una realidad aparentemente sin fisuras.

¿Cómo escribía Miguel en aquellos años? Me gusta imaginarlo en un cuarto con balcón, recibe confirmación de pedidos o solicita productos, cartas y facturas amontonadas en la mesa aguardan, mientras escribe sobre mandarines. Una obra que debía hacerle gracia, quizá sonaban sus carcajadas como dicen que ocurría en la habitación de Cervantes. Aquella mezquina realidad fue generosa en eufemismos que, como nuestro mítico Guadiana, vuelven a aparecer, por ejemplo ese espíritu aventurero que la Sra. del Corral atribuye a los jóvenes españoles que buscan trabajo en el extranjero.

Miguel compone una prosa moral, frente a la prosa espejo, superficial, de aquellos años, describe interpretando, desnuda la realidad, dota de una dimensión que tiene otra densidad, nos asoma a una sima que se parece a lo cotidiano. Lo cotidiano es mucho y feo, decía Quevedo.

Una de las preguntas que, sin duda se hará, quien haya leído Escuela de mandarines, es sobre las diferencias entre este libro y el otro. A primera vista, advertimos que el tamaño no es el mismo, la Escuela es un texto con más páginas, La historia del eremita, carece de índice de personajes, no tiene ese otro mundo de las notas que conformará otro grado de lectura. Podríamos decir que este libro tiene una trama menos rica conceptualmente, pero más amena, más ligera, se trata de un texto más fluido.

El viaje, elemento fundamental en la presentación de Escuela y que dará lugar a encuentros esenciales, apenas si importa en esta primera versión, el eremita a veces desaparece o se convierte en mero espectador que contempla el entramado del poder y su corrupción, podría decirse que la estructura itinerante se sustituye por la autonomía de determinados personajes, sobre todo en los capítulos dedicados al Reinado del segundo Aguilucho. Hay en este personaje una evolución, que acabará ganando el afecto de su pueblo.

Tampoco existe la enamorada que, al modo de Dulcinea, le acompaña, como expresión de la belleza. En Escuela, se demora en los centros de enseñanza universitarios, lo que da lugar a la presentación de los enmucetados y sus ritos, en donde el mimo se ha confundido con la sabiduría, fue allí donde los primeros lectores buscaron la identidad real de cada uno de los profesores. Reflejaba una universidad anacrónica, anclada en el tomismo escolástico.

Por otra parte, este libro está dotado de un lirismo que llamaría juvenil, de ahí las numerosas enumeraciones que a menudo rozan el surrealismo. Y naturalmente las canciones plenas de optimismo, prueba de una manifestación espontánea, tales como las que dedica al corazón, al alma, al ser. Sucede en un mundo sin apenas asideros descriptivos, hay elementos esenciales, montañas, lagos, bosques, pero no se demora en rasgos que pudiéramos identificar los sitios. Como un pintor cubista presenta elementos que reconocemos, aunque pertenecen a otro mundo. Gusta ya, en esta primera versión, de la hipérbole, son miles de años, miles de vacas, miles de avestruces, lo cotidiano, cesa como costumbre para despertar admiración y extrañeza, tal como aquellas canciones del régimen en las que nuestros modestos caminos se convertían en rutas imperiales, por las que caminábamos hacia Dios. O al general que se le llamaba Generalísimo.

Su estilo está entreverado por un tono emocional, interjectivo, propio de la oralidad, no es raro que, el Eremita, se dirija a los otros con el apelativo de petate, bobo, bestia, zamarro. A veces se vale del diminutivo, unas veces despectivo, gentecilla, otras, afectivo, corazoncito…Su prosa nunca es monocorde.

Miguel mantiene otra constante, la autonomía de cada frase, que alcanza una entidad propia reflexiva, hasta el punto que solía decir que si se perdiese el libro, se podría reconstruir el texto. Incita a que los lectores piensen, a conformar una opinión sobre lo que lee y lo que le rodea.

Tampoco falta el humor, subyacente en toda la obra, producto de las ingeniosas disquisiciones mandarinescas, desafíos en los que Miguel pone a prueba la inteligencia de sus personajes, como si se tratase de una partida de ajedrez.

El mundo que presenta distingue entre cosas primeras o inocentes y cosas últimas, producto de la premeditación, entre ambas se encuentran las contradictorias. Las primeras pertenecen a la naturaleza, al instinto, y por tanto son afines al Eremita, las otras, son propias de los mandarines y sus secuaces.

Todo lo que ocurre está regido por un corpus que se conoce como el Libro. El lector no tiene otro conocimiento de ese libro que las citas de carácter fragmentario recogidas para cada caso. En el apéndice figura un tratado: De la filosofía política de los mandarines, único testimonio que hemos conocido de este tratado del eremita hasta hoy.

No propondré una manera de lectura, pasadas una páginas, el lector atento, encontrará su camino, sólo recomendaré esto, hay un momento en el que sentiréis la tentación de comparar la sociedad en la que vivimos con la que aparece en este libro, quizá también revisar el pasado inmediato, si es así, dejaos arrastrar por ese impulso y que este análisis profundice tanto como cada uno quiera llegar.

Por ejemplo: ¿Adivínese a qué periodo de nuestra historia reciente podría pertenecer este régimen político?
Los que nacieron durante esa época ignoraron la existencia del Consejo de Ancianos, por lo cual no extrañaron que el Príncipe gobernara sin mandarines y sin consultas. Pues en ese largo período reinó como señor absoluto, en nombre de las cosas contradictorias, y concedió a la gente de estaca la competencia civil y la posibilidad de pasar a la casta de los legos. (p. 325).

Quizá basta cambiar Consejo de Ancianos por Parlamento o Senado y parece aún más claro.

O estos:

- ¡Oh parvulitos! La guerra os ha dado la gallardía e inocencia de las cosas primeras. Pero en el gobierno del Imperio habréis de buscar la dignidad del trato con las cosas últimas. Porque si la guerra os ha transformado en suceso, las cosas últimas os convertirán en derecho. (262).

-¡Paz y felicidad, oh Príncipe! El Consejo de Ancianos te envía este mensaje, y recomienda que lo leas y cumplas pronto, porque las legiones rebeldes son ahora las legiones leales. (p. 404). (subrayado de Valero) 

Esa cita creo que se explica por sí misma.También este texto, referente a la escasez de la posguerra:
Y como a esto se unieron la ausencia de cereales extranjeros, el hambre mostró al Imperio su cara testaruda, y se extendió desde la periferia al centro. Y fue de ver la nueva faz de los tiempos, llegando a los estómagos la melancolía de la nostalgia. (pp. 433-4)

Y aquel estraperlo que enriqueció a muchos: 

Pero la verdadera primacía jerárquica perteneció a la moneda, que era la séptima casta o casta alígera y fluctuante; de forma que los poseedores del metal pudieron adquirir toda clase de mercaderías, mientras los becarios sufrían, sin más, su calidad de hombres de porvenir. (p. 434).

Habiendo creado un mundo donde existe quien manda y quien obedece, necesita Miguel, disconformes, para ello sin duda se va a servir del Eremita, pero dará cuenta también de otras anomalías, pues es el mismo sistema, su premeditación, quien genera disidentes, porque siempre hay alguien que quiere ser más.

La Narración del mendigo, que por aceptar dinero de los extranjeros, trastorna el sistema de indulgencias que el ejercicio de la limosna reporta, sin duda es una parodia de la caridad de la época, semejante a la que plantea Berlanga en "Plácido". Aunque esto que pudiera ser parte del cuadro de aquel tiempo, si se tratase de una novela que recogiese la vida tal cual era, se diluye ante el diálogo final en el que mendigo y eremita tratan sobre la muerte.

El príncipe le advierte del peligro que supone el discurso público, pues si se oficializase, convertido en estatuto, estará expuesto a la manipulación, a la interpretación interesada, ya que no es tanto lo que se dice, sino el uso que de ello se haga, hay una visión platónica de la escritura, recuérdese el mito de Theuth y Thamus, aparece en el Fedro, cuando dice:…precisamente como padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos a ellas, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. 

De ahí que la llame carroña de fonemas: 

-¡Oh viajero!, ¿por qué predicas? ¿Acaso no temes que tu palabra devenga legal? Pues si una doctrina se hace estatuto, vendrá sobre ella la gusanera de los legos, los becarios, los cabezas rapadas y otros aficionados, que te cogerán la palabra en cuanto les convenga, porque son como buitres que espían la carroña de fonemas, pus del que llenan su estómago y el estómago de sus hijos. (p.147).

El Eremita ha recibido de sus demonios la capacidad de irritarse, enternecerse y ruborizarse, que le distinguen del sistema presidido por los mandarines.
Cuando lo que sucede es irremediable, se constituye como heterodoxia aceptada, lo que, sin duda, no deja de ser extraño al sistema, pero por un giro maestro, humorístico, se convierte en parte constituyente del sistema mismo. Obtiene así una existencia que se funda en la tensión, es y al mismo tiempo no es, por tanto se establece como cosa contradictoria, cuyo conocimiento preside el Sumo Mandarín.

El relativo valor de lo que se dice, queda condicionado por el lugar desde el que se emite. Sin duda no tiene el mismo valor el discurso del Lego de las Posibilidades que el del bufón. Es el Príncipe quien concede los puestos que han de ocupar.

La novela termina con el retorno del Eremita a las montañas de las que salió, desea volver a la inocencia de la naturaleza, detengámonos en esta inocencia, tratemos de ver qué hay en ella, si aceptamos que toda sociedad es una máscara, una pantalla que oculta algo, quizá concluyamos que lo está oculto, al menos representa la verdad. En este viaje, se narra el episodio de la niña que por instinto baila, imagen donde concreta la teoría de la libertad y la alegría, opuesta a una sociedad alienada, sometida, que no se atreve a ver más allá de lo que llama costumbre y desconoce la posibilidad de la fiesta, de lo espontáneo: 

Así canté a los niños. Y vino el cabeza rapada del lugar, y dijo:
-¡Perros! Me vais a comprometer con vuestros visajes y mojigangas. ¿No sabéis que está prohibido cantar y bailar, hacer piruetas, y aun reír, sin cédula que lo autorice?
-¡Oh alcalde!- dije-. Como los animales corren y brincan en libertad, han cantado y bailado estas gentes, sin poner el pensamiento en ello.
-¿Sin poner el pensamiento? Corrompido lo tienen.
-¿Y quién se lo corrompió?
-¡Quita! Nadie corrompe nada en nadie. El pensamiento es corrupto de suyo; divaga, se extravía, y va de sueño en sueño.
- Tienes la sensatez metida en las entrañas, ¡Oh alcalde!, en el mundo que tú mereces, estrechado hasta tus medidas. Pues no parece sino que se hiciera el mundo como es; y, después, te hicieran a ti, para remediarlo.
En este punto empezó a gritar la gentecilla, y a señalar con el dedo:
-¡Mirad! ¡Mirad! La muchacha baila.
Y todos miramos; y vimos a la muchacha bailar en la lejanía, sobre una colina, con el pelo suelto. Y era de admirar el ensimismamiento de sus ademanes, pues bailaba para sí misma.
-¡Oh loca! ¡Oh loca! – dijo la gentecilla.
Y el cabeza rapada exclamó:
-Esta necia acabará por perderse, porque ha nacido para ello.
Después de esto, salí al campo, camino de mis montañas. Como fuera otoño, sentí melancolía, y recordé mis tiempos de enamorado de la Tierra; me encontré como en esos años mozos, libre ya del trato con los hombres. (pp.446-7).

Esta presentación de un libro de Miguel Espinosa que al principio me pareció extraña por la ausencia del autor, sin embargo ahora pienso que estaba equivocado y que, sin duda, el autor permanece en el libro y somos nosotros, los lectores quienes animamos su presencia. 

              ÁGORA DIGITAL ABRIL 2013 

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